domingo, 11 de enero de 2009

Elogio de la amabilidad

En demasiadas ocasiones a uno le gustaría encontrar las palabras adecuadas, y los giros y frases pertinentes, para hablar de algo tan sencillo y humano como lo es el asunto del que habla hoy Esther Tusquets en El País. La amabilidad, ese concepto que tantas veces se confunde, distorsionándose su verdadera significación, cuya puesta en práctica, por aquellas personas que tiene el don de la naturalidad y lo llevan impreso en el alma, es un bálsamo de la vida cotidiana que obra el milagro diario de hacernos ésta, la cotidianidad, mucho más liviana, mucho más humana.
Tengo la tentación de dejar una serie de nombres de personas a las que dedicaría esta entrada, personas que, sin tomar conciencia de ello, convierten nuestras vidas en motivos permanentes para la alegría. Tal vez me dejaría a alguien en el tintero, por ello, porque no deseo dejarte fuera de esa relación por simple descuido, gracias a todas las personas que Esther nombra, sin citar, en su artículo, porque eleváis la dignidad a la categoría que merece. Feliz semana.
Santos López Giménez
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Elogio de la amabilidad · ELPAÍS.com
Cada vez estoy más convencida de que los humanos cambiamos poco con la edad. Me parece por una vez cierto un dicho popular: "Genio y figura hasta la sepultura". Sufrimos casi siempre un deterioro ("no maduramos, nos pudrimos", postulaba hace años, muchos, antes de convertirse en uno de los mejores editores del mundo hispano, Jorge Herralde), pero poco cambiará nuestro modo de ser, nuestro carácter. Sí, en cambio, suelen variar nuestra ideología, nuestras costumbres, nuestros gustos, y en consecuencia eso que llamamos un poco pomposamente "nuestra escala de valores".
De joven -a mis 20, a mis 30, incluso a mis 40 años-, no se me hubiera ocurrido hacer un elogio de la amabilidad. Ni a mí, ni a los jóvenes de entonces, ni a los jóvenes de hoy.
En la primera etapa de la vida se aprecia el atractivo externo (¿con cuánta frecuencia, al hablar de alguien, es esta cualidad la primera que mencionamos?, ¿cuántas veces se añade entre las razones que hacen dolorosa una muerte, sobre todo si se trata de una muchacha o de un niño, lo guapo que era?), la habilidad en el deporte, en el baile, en hacer que las actividades sean divertidas, el valor físico, la simpatía, y también, es cierto, la inteligencia, un talento determinado para algo, la originalidad.
Para que valoremos la bondad (la bondad real, la única válida, que, al igual que el auténtico amor, no cabe confundir con la tontería, sino que requiere, al menos en los humanos -el amor de los animales, para mí y para otras personas tan importante, discurre por cauces distintos-, una dosis importante de inteligencia) deben transcurrir unos años, tenemos que haber llegado a comprender que, sin la presencia de algunos "hombres buenos", la vida, en este inhóspito planeta que nos ha caído en suerte, sería insufrible, pues sólo ellos mantienen la mínima dosis de comprensión, de interés por los demás y de generosidad (vergüenza me da añadir "de solidaridad", tan deteriorada ha quedado esta palabra por el abuso y el mal uso que se ha hecho de ella, pero no encuentro otra para sustituirla, ¡y era, es, de todos modos, tan hermosa!) que hace posible la convivencia humana y la supervivencia de los más débiles.
Y tienen que transcurrir unos años más, tal vez estar ya cerca de la vejez, saberse más frágil, más vulnerable, más necesitado de los otros, para apreciar de veras la amabilidad -pariente próxima muchas veces de la bondad-, más allá de formulismos ridículos y de los manuales de urbanidad de nuestros abuelos. Que, al salir de casa, el portero te dedique una sonrisa o un gruñido; que el taxista te salude amable y te permita elegir entre el silencio, una buena música, una conversación agradable, o te condene a escuchar a todo trapo la Cope, un partido de fútbol o su intercambio de insultos obscenos con los conductores que se cruzan en su camino; que otros pasajeros te cedan el asiento o te aparten a empujones de la puerta del metro o el autobús; que los camareros, los dependientes -y no digamos los fun-cionarios- te atiendan cordiales o te condenen a la invisibilidad, son pequeñas cosas que le cambian el color y la música al día, que modifican nuestro estado de ánimo, aumentan o disminuyen nuestra calidad de vida.
La amabilidad tiene mayor valor para los débiles, porque necesitan más de ella, al ser menos capaces de valerse por sí mismos.
Esto lo descubre una, con distintos grados de amargura -si se añaden unas gotas de buen humor es más sopor-table-, al ingresar en esa espantosa etapa de la vida que antes llamábamos vejez y ahora llamamos tercera edad. Los jóvenes no saben lo que significa envejecer, y el significado que adquiere la amabilidad, y cómo a veces la necesitamos y les necesitamos.
Pero tal vez el caso extremo de indefensión dentro de la vida que consideramos normal (o sea, dejando a un lado las cárceles, los manicomios, las guerras, las catástrofes) se dé en las consultas de los médicos y en los grandes centros hospitalarios, sean públicos o privados. Muy fuerte tiene uno que ser para, ante la enfermedad propia o la de un ser querido, no sentirse perdido e inerme en los pasillos y las salas de espera o de urgencias, donde con frecuencia nadie te dice nada, ni te explica nada, ni parece verte siquiera. En ese estado de indefensión total, una palabra alentadora, un gesto cariñoso, puede atenuar tu ansiedad y serte más útil que los conocimientos del más sabio de los doctores del centro.
Si algún día tengo que someterme a una operación de alto riesgo, lo tengo claro: no recurriré al mejor especialista mundial, me pondré en las manos de un médico que una, a la competencia en el oficio, una fuerte dosis de humanidad. Del más cariñoso, del más bondadoso, del más amable, en definitiva.
Esther Tusquets es escritora.

3 comentarios:

Santos López dijo...

Mi amigo Fernando, muy seguro de que él figura en la lista de personas que no cito (bien cierto que es), a las que agradezco su existencia por dar colorido a quienes tenemos el gusto de compartir su amistad, me ha enviado el siguiente escrito, el cual, deseo compartir con vosotros:

TRATADO DE AUTOAYUDA: ¿Y CÓMO ES ÉL?
Pepe, bébete la leche que ha metío el gato la pata.


A lo largo (y ancho) de la historia de la humanidad, y otros por el estilo, el hombre no ha dejado de preguntarse preguntas transcendentales (1), y de oriente. ¿Quiénes somos? … ¿de dónde venimos? a estas horas?. ¿Qué horicas son estas de recogerse? ¿eh?.

Grandes interrogantes han inquietado a la humanidad y a los mamuts. Algunos todavía hoy sin respuesta. Numerosos también han sido los filósofos y hombres de ciencia que han logrado sin éxito, la consecución de unos argumento satisfactoria frente a tales cuestiones, de las que en este humilde tratado acometeremos una descripción de las más importantes, siempre y cuando nos lo permita Mariano Rajoy, que lo dudo.

Antes de que existiera Dios, el hombre deambulaba perdido en su insignificancia por las praderas, cazando ratones y otras raíces, y tocando la pandereta. En esos tiempos de barbarie, cuando todavía no se habían descubierto ni las wiifii ni las muñecas peponas, el primer homínido inteligente, se hizo la primera pregunta trascendental de la historia:
“Si Pepín se sienta en un cojín… ¿Dónde se sentará Pepón?”

Pregunta que ahún ohy, se halla sin respuesta, pese a los innumerosos intentos del clero y de las pirámides por ofrecer una explicación mínimamente coherente con los hechos, y también con la vichisoise (gazpacho andaluz de francia).

Ya en los albores de finales del siglo XX, académicos de la talla de George W. Bush Hijo, dijo, ¡pijo! en el discurso inaugural del congreso de Washington, y planteó a los aborígenes allí presentes la misma cuestión, formulada desde una óptica genuinamente americana:

Ciutatans de Catalunya:

Tirititrán tran tran tran,
Tirititrán tran tran tran.


¿Qué nos quiso decir con ello el hunurapla Bush, Mr. President, eh?. Para el lector poco versado en etimología anglosajona, haremos una glosa jona, sobre el significado de algunos de los términos empleados en el párrafo anterior:

Tirititrán:

Especie de temblor que les entra a las vacas lecheras, principalmente causado por las bajas temperaturas (caso del denominado ‘tirititrán de frío’), o por la proximidad de un lobo, o dos a lo sumo. O lo resto. Como comprenderás, Antonio, esta es una cuestión que para mí carece del menor de los hermanos, que cuando nació, fue el menor. Y curiosamente, siguió siendo el menor un tiempo, justo hasta el día en que nació otro hermano. Aunque no se sabe a ciencia cierta si es que tuvo hermanos, o si no. Lamentablemente yo en este momento no soy quién para aseverar semejante desatino.
A pesar de todo, el hombre continuó haciéndose cada vez más preguntas sin respuesta. Hasta que por fin, un día, conoció a La Mujer.

Para quien nunca haya oído hablar de ‘La Mujer’, podríamos definirla en una primera aproximación, como una especie de persona, pero a diferencia de éstas, dotada de glándulas. Ello les permite, ante todo, respirar en presencia de aire, lo que no es moco de pavo. Y en segundo lugar, les facilita el negarse a decir que no, ante proposiciones de dudosa intención, como pudieren ser, por ejemplo, encargar una botella de butano (2). Eso es solo por poner un ejemplo, porque la lista sería muy larga, y no es el propósito de este ensayo profundizar más por esos derroteros.

Abundando en el tema, hay hombres que son muy directos para ligar, no se andan por las ramas a la hora de manifestar sus deseos frente al objeto de sus deseos, y se dirigen a dicho objeto, con frases salidas de tono, tales como:

- ¡Quiero hacerte tuya!

Pero claro, las mujeres, que –todo sea dicho- no tienen un pelo de tontas, reaccionan taxativamente frente a este tipo de sutiles insinuaciones, pensando en su interior, para sus adentros, para ellas mismas:

‘Pero si yo ya soy mía’… ¿qué leches me estás diciendo, imbécil?.

El hombre, al oir este pensamiento, queda perplejo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales, sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado.

Burgos, 1º de abril de 1.939

El Generalísimo: Franco


Las mujeres también se caracterizan principalmente, por aplicarse crema en las manos y suelen hacerlo, incondicionalmente con los ojos cerrados, a tientas. Recientes hallazgos, han revelado que una posible causa de este extraño comportamiento, puede hallarse en que en la tapa del tarro de crema pone: ‘Ni-vea’. Teoría ésta, que ayer por la tarde mostraba ciertas limitaciones, viéndose incapaz de ofrecer una argumentación racional para ciertos casos extremos en que en la tapa de dicho tarro pone: ‘Atrix’. ¿Cómo se explica esto?. Habrá que preguntar a Obélix. Casos aún más sangrantes se han notificado, como por ejemplo el de una mujer de color, negro, que pudo leer en la tapa del envase: ‘Kanfort’, o lo que es peor: ‘Búfalo’. Es que en áfrica son muy primitivos, por no conocer, no conocen ni tan siquiera dónde está la provincia de Soria, que ya es decir. Mientras que en España, es lo primero que se aprende al entrar en la escuela de buceo de la armada, donde se forman los mejores jinetes del mundo, y donde preparan exquisitos bocadillos de mortadela de olivas, que están de rechupete.

To becon Tinuéd...

(1) Transcendental: Especie de pastelillo de crema, elaborado con crema.
(2) También podría ser de Propano, sirve igual, incluso puede que caliente más.

Anónimo dijo...

Amabilidad: mi experiencia con esta palabra ha dejado una cajita de recuerdos mágicos que pienso conservar mientras viva. Es una palabra que deja buena sensación de boca, doy gracias por conocerla y tenerla siempre presente. También doy gracias por conocer a personas que de alguna manera por ser así han dejado huellas imborrables en el transcurso de mi vida.

Santos López dijo...

Esa cajita, Carolina, hay que tenerla siempre abierta, que no escape ninguno, pero que deje paso a otras que, a buen seguro, van saliendo en nuestro camino y merecen ser guardadas con mimo. Un abrazo.