martes, 9 de julio de 2013

Así que pasen diez años

                               Sin duda, cuando algo te preocupa, cuando lo proclamas a los cuatro vientos, cuando le dedicas más tiempo de lo común, razones de peso han de estar orbitando alrededor de aquella tu preocupación. Sin duda, tu preocupación no tiene por qué ser el centro del universo, ni que los demás hayan de compartirla, por mucho que a ti te tenga subyugado. Sin duda, el que participes activamente de la difusión del problema, el que parezca que te va la vida en ello, no te da superioridad moral sobre nada ni nadie. Así funciona el ser humano, así la sociedad trata de articularse, para que ningún iluminado venga a doblegar el ánimo social predominante, al menos, el ánimo social de la gente guapa que sostiene el tinglado con su eterno optimismo, su eterna comprensión frente a la delincuencia oficial: ya se sabe, con el poder siempre a bien, el poder revertirá con prebendas nuestra aquiescencia.
                             Dicho lo cual, así que pasen diez años, sin duda, nadie recordará ésto que ahora trato de exponer. Las posibilidades son varias, no las enumero, las dejo ir para que ellas se ordenen. En primer lugar, que aquellos agoreros que pregonaban las maldades que el fracking escondía, no eran sino seres asustadizos, incapaces de vislumbrar más allá de sus miedos permanentes, como si sólo ellos fuesen los guardianes de la madre Naturaleza. Así que pasen diez años, los estudios geológicos se habrán llevado a cabo, las protestas se acallaron a las primeras de cambio, la explotación del gas recóndito, escondido entre las fisuras de las rocas, fue todo un éxito. Tras seis años de estudios, de explosiones, de inyecciones de agua y arena, a presión, mezcladas con inconfesables sustancias contaminantes, sólo unas cuantas secuelas colaterales: algunas intoxicaciones, en los primeros momentos, hasta que las autoridades, siempre tan atentas, dieron la voz de alarma y una agresiva campaña preventiva modificó algunos hábitos de la población, y ésta, tan dócil y servicial, supo adaptarse a las primeras de cambio; las bajas fueron pocas, casi todos inmigrantes, estas criaturas, al no tener donde dejarse caer, bebían aquí y allí las aguas contaminadas: quién les mandaba beber agua del grifo a estos pobres inocentes; algún afluente, alguna charca, contaminados, nada importante, nada que el dinero no pudiese solucionar, desviando cursos de agua, desecando charcas; estériles huertas cuya única salida era la de ser regadas con las contaminadas aguas de los heredamientos de toda la vida; y qué, en Chernobil sobrevivían, 35 años después de la catástrofe, con mutaciones variadas, pero, ante eso, lo nuestro, no era sino un juego de niños, no lo íbamos a hacer aquí frente a unas trazas contaminantes sin importancia. Después, vendrían dos años, de explotación a saltos de una mísera cantidad de gas esquisto, que así le llamaban, pero, no había que utilizar la palabra fracaso, no se fracasó, gracias a la desgraciada colateralidad de las fallidas extracciones, nuestras comarcas, todas aquellas que tuvieron esa suerte, pasaron, nuevamente, a ser comarcas preferenciales en los programas europeos para las regiones devastadas por el malogrado método del fracking, ¡qué digo malogrado, benefactor método del fracking!.
Como antaño, la gente guapa, sus retoños, ocupan lugares de preferencia, gestionan los fondos europeos para el desarrollo. Desde hace dos años, ya nadie huele a gas cuando sale al campo, ya no hay sobresaltos en  los pueblos de la comarca, qué exagerados aquellos iluminados que pregonaban catástrofes, a pequeños seísmos de nada les llamaban terremotos.
                          Ojalá, así que pasen diez años, toda esta retahíla, desordenada, de profeta sin carnet, se quede en una mala pesadilla de una noche de este verano del 2013, y el único y mejor recuerdo que reine en la comarca, sea el de que, mientras los locos antifracking nos desgañitábamos, rozando el ridículo, en Cehegín se grababa la película Ambel.

Santos López Giménez