domingo, 27 de octubre de 2013

Víctimas

                             
                   En un país donde, sus sucesivos gobiernos, jamás trataron por igual a las víctimas, se producen fenómenos surrealistas como el que hoy ha tenido lugar en Madrid.
                   Se convoca una manifestación de protesta contra la decisión, del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, de anular la retroactividad de la Doctrina Parot, que no la propia doctrina. Al Gobierno, le corresponde aplicar la decisión de este alto Tribunal, sin paliativos. El Gobierno de España, a regañadientes, ha ido soltando frases, desde el día en que se produjera la sentencia, por boca de alguno de sus representantes, incluido el propio presidente, cuya primera declaración fuese “está lloviendo”. Para, dos días después, declarar su contrariedad frente a la misma. Como no tienen claro qué camino tomar, divagan, como de costumbre, anunciando que no acudirán a la mencionada manifestación, para, posteriormente, in extremis, alegar que acudirá el partido que le ampara, el PP, pero ningún representante del Gobierno. La dinámica surrealista comienza su perversa espiral.
                   Llega el día de la manifestación y salen a colación declaraciones de los representantes del PP que acuden a la misma. En su línea, González Pons, hace una de esas indefinidas declaraciones, a las que tanto él, como el resto de voceros peperos, nos tienen acostumbrados, diciendo que “hay que estar con las víctimas”, y de paso, cargando contra todos aquellos que no hayan acudido a la manifestación convocada. La afirmación es de una obviedad tal que nace y muere en sí misma cuando se proclama en el contexto mencionado. Por supuesto que hay que estar con las víctimas, tanto con las víctimas, habidas y por haber, que han sufrido la injusticia de no ser reconocidas como tales, como aquellas que, como no podría ser de otro modo, la sociedad en pleno, sin declaración alguna, asumió que lo eran y mostró, durante décadas, su solidaridad con ellas; solidaridad, que no ha mermado ni un ápice y que, afortunadamente, son las propias víctimas quienes han sentido, y sienten, el calor humano de la sociedad que les cobija. Perversa y malévola interpretación, la del tal Pons, en la línea de quien no respeta a nada ni a nadie con tal de sacar provecho electoral de las entrañas del dolor. Quien dice Pons, podría decir cualesquiera de los otros miembros del PP que, en los últimos días, se han manifestado, públicamente, rizando el rizo de la insensatez, confundiendo a la ciudadanía más incauta, la cual, asume como buenas tantas y tantas declaraciones pseudo-institucionales, a la postre, generadoras de odios irracionales.
                  A esta altura de mi vida, a mis 50 años, casi cuatro décadas anhelando el reconocimiento de las víctimas del golpe de Estado del 36, incluidas, ahí es nada, las entre 120.000 y 150.000, a partir de la implantación del Estado fascista (dato mencionado por Javier del Pino, en su programa "A vivir que son dos días" de la SER, el pasado día 20), ni siquiera se puede aplicar la Ley de Memoria Histórica para resarcir a tantas y tantas familias que no han tenido ocasión de dar sepultura a sus seres queridos. Rechina el desaforado interés de este partido, que nos gobierna, de resaltar con desmesura, rayana a la ilegalidad, sólo a una parte de las miles de víctimas que España arrastra en su reciente Historia.
                  Pero, yendo al germen que desemboca en la manifestación de hoy: ETA, ésta oficializó el abandono de las armas hace dos años; la sociedad española no puede, ni debe permitirse, que sean el odio y la revancha quienes presidan la oportunidad histórica de que aquella pesadilla no resurja de sus cenizas.


                  La Cuatro, nos recordaba hoy, 27 de octubre, la célebre y repetida frase de Tomás Moro: “Yo concedería al diablo el beneficio de la Ley por mi propia seguridad”.


Santos López Giménez