martes, 31 de mayo de 2016

Cinismo


                                      Nos envuelve, es algo connatural a nuestra existencia. Sin él, con su inseparable hipocresía de la mano, nada sería igual en la vida del ser humano. En la infancia es la crueldad el modus operandi que le hace presentarse en sociedad. Con la adolescencia, se convierte en sadismo por un tiempo, y las víctimas de sus gracietas, que difícilmente pueden digerir sus embestidas, a duras penas logran mantener un equilibrio de conjunto salvando esa discontinuidad. Nos llega la primera juventud, y posiblemente estemos ante el único momento de nuestras vidas donde, seguramente, la autenticidad se manifieste por primera y, tal vez, única vez en nuestras vidas. Salimos de ella trasquilados, en su mayoría, nuestros congéneres, aprenden todo aquello que apuntalará su condición de maestros indiscutibles en las artes del cinismo de salón, el cual, se enarbola desde ese instante, para ser transportado, de por vida, allá donde nuestros pasos se dirijan.
                                      Bajo su palio, cometemos todo tipo de aberraciones humanas, siempre, todas ellas, perfectamente justificadas por, vete a saber qué argumentos, pero, todas ellas asociadas a otro de sus más directos colaboradores: el egoísmo.
                                      La verborrea, el dar rienda suelta a la emisión de sonidos, que pretenden ser elocuentes, que no son sino lapidarios ecos de la nada absoluta, cuando de confraternización se trata, caracteriza a los maestros del ramo. Nos escondemos bajo el paraguas de su inexistente humanismo, pero, como lo llevamos de serie, al cinismo me refiero, somos las primeras víctimas de sus enconados denuedos. De ahí que el engaño, el autoengaño, sea otro importante elemento que engalana al protagonista de esta mañanera reflexión.
                                    Y como no, para redondear esta artimaña, confeccionada desde el cinismo, valga el bucle, se precisa dar el estocazo argumentar que a todas y todos nos acompaña para no sucumbir en la plañidera cuneta del renuncio que nos dejaría en evidencia frente a la jauría que en volandas nos conduce a todas y todos a ninguna parte, estocazo que adjudicamos a nuestros seres queridos haciéndolos responsables de nuestras más asquerosas caracterizaciones en sociedad. No, cínico o cínica de las narices, no apeles a tus seres queridos cada vez que te chorreen las palabras pringosas con las que ensucias todo cuanto te rodea, cada vez que argumentas los resultados de tu indeseable presencia.
                                     Y bien, más o menos, puede valer, como producto de una mañanera y cínica escenificación escrita, para que el mes de mayo de 2016 no sea el primero en el que uno no deja constancia de sus impertinentes inquietudes desde aquel 25 de mayo de 2008, que marcó el inicio de esta singular singladura.

Santos López Giménez