domingo, 20 de septiembre de 2009

De civismo, y otras rarezas

El análisis de nuestros comportamientos cotidianos, de cómo nos relacionamos unos con otros, de cómo nos dirigimos los unos a los otros, es un asunto candente en nuestra cotidianidad, del cual, es complicado eludir su influencia en nuestro estado de ánimo. Los malos modos, el intento de amedrentar mediante el lenguaje oral directo, acompañan nuestra existencia.

Esta mañana, minutos antes de comprar El País, y de leer el texto de Rosa Montero que transcribo a continuación, hablaba uno con un señor octogenario, al que respeto y admiro por su importante labor social en la política de Cehegín, sobre un hecho reciente, acaecido en un ámbito donde debieran primar los buenos modos y la libertad de expresión, del que fui triste protagonista, donde sufrí, en primer lugar, el desprecio de quienes hacían las veces de maestros de ceremonias en aquel ámbito, y, en segundo lugar, el silencio de la concurrencia incapaz de reaccionar frente a actitudes que, a buen seguro, habrán de soportar en sus carnes antes o después. Le decía yo a este señor, ante sus muestras de solidaridad que, en realidad, no debía preocuparse, ni yo rasgarme las vestiduras por semejante circunstancia, ya que somos un pueblo acostumbrado a soportar y permitir esos malos modos, y que, cuando se desarrollan en la vida cotidiana hablamos de mala leche, mientras que si lo hacen en la vida política, como es el caso al que me refiero, le solemos llamar fascismo.

Sin más, os dejo con la lectura del artículo de Rosa Montero publicado hoy en El País Semanal.

Santos López Giménez

Aprendiendo modales en el supermercado (Rosa Montero)


Hace algunos días, una amiga mía estaba haciendo cola delante de la caja de un supermercado. Era una hora punta y había mucha gente. Cuando llegó su turno, mi amiga, que ya había vaciado su cesta sobre la cinta, dijo: “Buenas tardes”. La cajera, una chica de aspecto andino, levantó sobresaltada la cabeza de su afanoso marcar y marcar. “Ay, señora, perdone, buenas tardes”, dijo con su suave acento ecuatoriano: “Es que una termina perdiendo los modales”. Y, mientras cobraba, le contó a mi amiga que llevaba cinco años en España y que, cuando llegó, se le habían saltado las lágrimas en más de una ocasión por la rudeza del trato de la gente: no pedían las cosas por favor, no daban las gracias, a menudo ni contestaban sus saludos. “Al principio pensaba que estaban enfadados conmigo, pero luego ya vi que eran así”.
De todos es sabido que el español tiene modales de bárbaro. Aún peor: consideramos nuestra grosería un rasgo idiosincrásico y hasta nos enorgullecemos de ella. “Somos ásperos pero auténticos”, he oído decir en más de una ocasión. Y también: “Es mejor ser así que andarse con esas pamemas hipócritas y cursis que se gastan otros pueblos”. Y por pamemas cursis nos estamos refiriendo pura y simplemente a la buena educación. En muchas cosas, por desgracia, seguimos siendo un país de pelo en pecho al que le gusta alardear de ser muy macho.
Resulta sorprendente que nos hayamos convertido en un pueblo tan áspero y tan zafio, porque, en mi infancia, a los niños se nos enseñaba todavía a saludar, a dar las gracias, a ceder el asiento en el autobús a las embarazadas, a sostener la puerta para dejar pasar a un incapacitado, por ejemplo. Hoy todos esos usos corteses, esas convenciones amables que las sociedades fueron construyendo a lo largo de los siglos para facilitar la convivencia, parecen haber desaparecido en España barridas por el huracán del desarrollo económico y de una supuesta modernización de las costumbres. En no sé qué momento de nuestra reciente historia se llegó a la tácita conclusión de que ser educado era una rémora, una práctica vetusta e incluso un poco de derechas. Me temo que defender los buenos modales, como hago en este artículo, puede parecerles a muchos una reivindicación casposa y obsoleta. Pero en realidad los buenos modales no son sino una especie de gramática social que nos enseña el lenguaje del respeto y de la ayuda mutua. Alguien cortés es alguien capaz de ponerse en el lugar del otro.
Dentro de esta educación en la mala educación que estamos llevando a cabo de modo tan eficiente, son los chicos más jóvenes quienes, como es natural, aprenden más deprisa. No sólo es bastante raro que un muchacho o una muchacha levanten sus posaderas del asiento para ofrecerle el sitio a la ancianita más renqueante y temblorosa que imaginarse pueda, sino que además empieza a ser bastante común ver a una madre por la calle cargada hasta las cejas de paquetes y flanqueada por el gamberro de su hijo adolescente, un grandullón de pantalones caídos que va tocándose las narices con las manos vacías y tan campante.
Algunas de estas madres llenas de impedimenta y acompañadas de hijos caraduras son emigrantes, lo que demuestra la inmersión cultural de la gente extranjera: las nuevas generaciones crecidas aquí enseguida se hacen tan maleducados como nosotros. Pero, por fortuna, también sucede lo contrario. Quiero decir que, en los últimos años, muchos de los trabajos que se realizan de cara al público, como los empleos de cajero o de dependiente en una tienda, han sido cubiertos por personas de origen latinoamericano. Dulces, amables y educados, esas mujeres y esos hombres siguen insistiendo en dar los buenos días, en pedir las cosas por favor y en decir gracias. Algunos, sobre todo aquellos que vinieron hace años, como la cajera que se encontró mi amiga, tal vez hayan relajado un poco su disciplina cortés, contaminados por nuestra rudeza. Pero la mayoría continúa siendo gentil con encomiable tenacidad, y así, poco a poco, están ayudando a desasnar al personal celtíbero. ¿No se han dado cuenta de que estamos volviendo a saludar a las dependientas? Yo diría que en el último año la situación parece haber mejorado. Las colas de los supermercados, con sus suaves y atentas cajeras latinoamericanas, son como cursillos acelerados de educación cívica. Quién sabe, quizá los emigrantes consigan civilizarnos.
http://www.elpais.com/articulo/portada/Aprendiendo/modales/supermercado/elpepusoceps/20090920elpepspor_13/Tes

4 comentarios:

Jose S. dijo...

Lo que te pasó en la Asamblea del PSOE de Cehegín no tiene nombre. Una asamblea a la que acudieron cuatro gatos mal contados, me parece recordar que la que menos asitentes ha tenido en la historia de esta Agrupación, asamblea tan huerfana y desarraigada de la militancia que ni los concejales asistieron.
Y lo que te paso a ti es una autentica verguenza que se impida hablar en el único sitio donde no se debería coartar la libertad de expresión.
Lamentable

Anónimo dijo...

!Ahi! Santos, "UNA VEZ EL CONEJO IDO...., PALOS A LA MADRIGUERA".
En la vida hay asuntos a los que se les ve el fruto en muy poco tiempo, pero hay otros que se les ve muy a largo plazo, y este es el caso de la educacion, y el fruto de la logse, lru, lou, y tropecientas leyes mas de estos ultimos 25 años, por cierto todas sociatas, ahora empezamos a recolectarlas. Amen del convencimiento generalizado del "no" esfuerzo, el martilleo de los medios de los derechos del niño y adolescente,(nunca de sus deberes y obligaciones), "de los padres no deben de interferir" en las decisiones de los hijos, del "jovenes al loro" como decia el viejo profesor Enrique tierno, es decir fumaos todo lo fumable que estamos en democracia y hay "libertad".
Pues todo eso es el fruto que estamos recolectando ahora.
Cuando yo estaba en cuarto de la EGB, teniamos un maestro con casi 70 años que al año siguiente se jubiló y nos enseñaba "urbanidad" que era ni mas ni menos que aprender a comportarse. Nos enseñaba a saludar, a pasear(que tambien para eso habia reglas),a cederle la acera, el asiento o el paso a los mayores,etc. Pero ¿Que ocurrió? pues lo de siempre,y lo que muchas veces hemos hablado, que como eran cosas de la dictadura pues era malo de necesidad, y todas esas reglas se vieron "derogadas", y ahora nos quejamos de que mal educados estan nuestros jovenes, y que poco preparados están, y cuantos problemas dan al profesor y a los padres,pues te digo lo que dice el del anuncio: YA LO SABIA,YA LO SABIA.
Un abrazo ,Ricardo.
Ah se me olvidaba el profesor al que he hecho referencia, tenía ideas sociatas, y de hecho se de buena tinta que votaba psoe cuando llegó la democracia.

Santos López dijo...

Hola Ricardo. No te hacía yo siguiendo las cancioncillas de la publicidad.
Todo un amasijo de ideas, el que planteas, y no lo digo peyorativamente, sino porque en el fondo, el asunto, suele dar para infinidad de opiniones. No obstante, no pensaba uno tanto en los más jóvenes, ni tan siquiera en aquello de que cualquier tiempo pasado fuese mejor. Realmente, el artículo que importa es el de Rosa Montero y, siendo muy acertado, habrían matices que hacer, al menos por mi parte. Pero no se trata de eso. La prepotencia, la chulería, el ninguneo, y todas esas muestras de desprecio a las que somos muy dados, las recuerdo de toda la vida, sólo que antaño los más chulos del barrio eran unos cuantos, matones ellos, muy respetados por el miedo que infundían más que por cualquier otro aspecto humano. Tal vez, el devenir de los tiempos, ha generalizado los malos modos, y en esas estamos.
Lo más gracioso, Ricardo, del trasfondo personal del asunto que expongo, es que voy descubriendo, si es que aún no lo había hecho, como mis escritos se elogian o vituperan, por parte de las mismas personas, según corren los vientos.

Un fuerte abrazo, Ricardo.

Santos

Santos López dijo...

Matizo la última reflexión de mi comentario anterior. Estos días se me ha echado en cara el, según determinados interlocutores, airear o no determinados asuntos. Pues bien, ante semejante circunstancia, las mismas personas, me reprochan o alaban según que el asunto les guste más o menos. Espero no dejar de tenerlo claro, jamás, que ante cualquier injusticia que se cruce en mi camino, cuya resolución o, cuando menos, la mera exposición pública, pueda servir a otros que pudieran sufrir en sus carnes andanadas parecidas, seguiré denunciándolo públicamente, y, de encartar, allí donde sea preciso.